Mario Obrero, tiempo y barbecho

Dice Mario Obrero (Madrid, 2003) que la poesía “no es casual sino causal, basada en el imperativo de la belleza y la creencia en otro horizonte posible”. La juventud del poeta no es incompatible con su trayectoria admirable: comenzó a escribir poemas a los siete años de edad. “En la poesía –explica– el ‘hoy es siempre todavía’ de Machado se cumple y la actualidad poética abarca desde Safo de Lesbos a los poetas jóvenes con los que comparto encuentros y admiro”.

Con varios poemarios ya publicados y premiados, Obrero fue galardonado con el XXXIII Premio Internacional de Poesía FUNDACIÓN LOEWE a la Creación Joven el mismo año que cursaba 2º de Bachillerato en el Instituto Público La Senda de Getafe y estudiaba guitarra en el Conservatorio Profesional de Música de la localidad. “Era lunes y estaba en la buhardilla de mi casa, el espacio casi aéreo que habito”, recuerda. “Acababa de salir de la primera sesión del club de lectura de poesía online al que tengo la suerte de estar inscrito este año, dirigido por Jordi Doce desde la Fundación Centro de Poesía José Hierro. Aquel primer día leíamos Siete poetas norteamericanas actuales (Pamiela, 1991). Me gusta pensar que fueron Pastan, Rich y Forché las artífices de esa llamada inesperada, que sucedió al tiempo que tocaba en la guitarra Torija, de Moreno Torroba”, añade.

El confinamiento le dio la posibilidad “hasta entonces nunca vivida de corregir mis poemas en un clima donde la poesía era el principal motor para creer en alguna esperanza y dar sentido a una situación tan anómala. Fue uno de los empujones finales que necesitaba el libro que tenía entre manos”, recuerda. “Respetar el tiempo propio de construcción, los ciclos del neonato Peachtree City y gestar el libro con calma y trabajo me animó a enviar estos poemas al Premio Loewe”, añade. Un libro, reflexiona, en el que “la experiencia y la voz poética emplean un léxico que hasta ahora no era común en mí poesía: dólar, cacahuete, apio o galón aparecen con frecuencia fruto de la novedad y el descubrimiento”. Por otro lado, añade, “intento ampliar y desarrollar un trabajo que ya es palpable en mi anterior libro, Ese ruido ya pájaro (Ediciones Entricíclopes), esto es, las resonancias y la pluralidad diversa del lenguaje. Sigo en el intento de reconciliar lo complejo y múltiple de cualquier expresión en mi propuesta poética. Asemejarse, en conclusión, al ‘maravilloso desorden de las cosas’ que decía Hierro o a la multitud del Jardín de las Delicias del Bosco”.

Referentes que se mezclan con sus antepasados y ancestros: “Mi bisabuelo Dionisio, mis abuelos y aquella familia cuyo nombre está casi borrado en las tumbas más humildes”, añade. También cita a los poetas Whitman, Ginsberg y Lorca: “Su voz en rebeldía, su vitalidad, o la certera descripción de lo crudo y sucio en Estados Unidos”. En su poema ‘Nueva York’ asoman Juan Ramón Jiménez y José Hierro y, por último, nombra a “dos magníficos compañeros que de alguna manera vertebran” su libro: Ramón Piñeiro, cuya A filosofía da saudade le habló “de aquello cercano pero innombrable” durante su estancia en Peachtree City y, en los meses de corrección, Virginia Woolf, a quien leyó en su idioma original y cuyo Orlando dio nombre a su seudónimo para la plica.

Mario Obrero se siente respaldado por su entorno académico. “La gran mayoría de mis compañeras y compañeros al igual que los profesores solo muestran fraternidad y un enorme cariño. Creo que muchos entienden la naturaleza pública de la alegría y el papel de lo colectivo en la poesía. Sin mi profesora de latín, sin los textos leídos en clase de filosofía o los análisis históricos mi escritura no sería la misma. Por tanto, el premio se ha vivido en mi instituto como galardón a una manera de estar en el mundo y a una pedagogía basada en la creencia en el prójimo y la capacidad de alcanzar metas difíciles”, explica. Sus proyectos inmediatos pasan por ser “una de aquellas gentes en las Canciones de Lorca que iban a lo verde con guitarras y gallos. Ahora bien, es importante resaltar la necesidad del trabajo y del esfuerzo en cualquier obra humana, pues no es solo la voluntad ni el ‘don’ lo que construye los edificios del idioma. Por tanto, sigo trabajando en mirar al mundo con ojos de poeta, apreciar lo insignificante y dar valor a lo que se tacha de baladí”.

Fotografías: Mario Obrero fotografiado por Álvaro Tomé, Fundación LOEWE, 2021.

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