Balanchine

Como cada año por estas fechas, las redes sociales y algunas de las principales compañías de danza del mundo se han hecho eco del aniversario de George Balanchine; no hace falta que sea un aniversario redondo o que se recupere alguna pieza poco conocida para que el mundo del ballet rinda pleitesía al que algunos consideran el último coreógrafo capaz de revolucionar la técnica clásica.

Nacido Georgi Balanchivadze en 1904, se formó en la Escuela Imperial de Ballet Ruso de San Petersburgo y empezó su carrera en el Ballet del Teatro Mariinsky; fue Serge Diaghilev quien, además de cambiarle el nombre por uno menos complicado para los occidentales, le terminó de modelar como coreógrafo y le dio las primeras oportunidades para que su trabajo tuviera verdadero impacto en toda Europa. Para Les Ballets Russes de Diaghilev creó Balanchine el ballet Apollo, con música de Igor Stravinsky, quien se convertiría desde entonces en uno de sus compositores favoritos. Juntos estrenaron también Le Baiser de la Fée, Pulcinella, Stravinksy Violin Concerto, Danses Concertantes, Agon, Symphony in Three Movements, Scherzo á la Russe… e incluso Circus Polka, creada especialmente para cincuenta elefantes de un circo.

Su fértil productividad le llevó a dejarnos más de cuatrocientos ballets, la mayor parte de los cuales fueron coreografiados para los bailarines del New York City Ballet, que aunque no se fundó oficialmente hasta 1948, tuvo antecedentes en otras compañías previas que Balanchine, con ayuda de Lincoln Kirstein, creó en los EEUU, como American Ballet, American Ballet Caravan o Ballet Society.

Su gran formación musical le permitió conocer y utilizar piezas de compositores tan diversos como Tchaikovsky, Hindemith, Ives, Gluck, Verdi, Bach… y participar en cine y teatro musical. La mezcla de las escuelas rusa y danesa de ballet que Balanchine desarrolló, otorgó a sus bailarines una nueva forma de utilizar la técnica del ballet, que aunaba el rigor y la precisión de la formación clásica a la vez que desarrollaba la naturalidad del movimiento y una extraordinaria velocidad en el trabajo de piernas, lo que provocó que el público estadounidense encontrara una nueva y atractiva estética en un arte que habían importado de Europa.

Enamorado de sus musas -se casó sucesivas veces, todas con las principales bailarinas de su compañía, para las que creó la mayor parte de sus obras maestras- y de la forma de bailar de la mujer, a la que siempre presentaba bellamente sobre el escenario, continuó involucrado con sus ballets hasta su muerte en 1983, a causa del mal de Creutzfel-Jakob (popularmente conocido como “el mal de las vacas locas”), que se le diagnosticó tras su fallecimiento en Nueva York.

En numerosas ocasiones hemos podido disfrutar de sus ballets de España, aunque casi siempre interpretados por compañías extranjeras; en menos de un mes volveremos a tener sus ballets en los escenarios españoles y seguiremos desenvolviendo curiosidades de este gran coreógrafo.

Fotografías de George Balanchine ensayando Agon con Igor Stravinksy (1957), y haciendo saltar a su gato Murka © Martha Swope.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *